Cuando Talía nació, los sabios y adivinos de la
corte estudiaron los astros y advirtieron al rey, su padre, que un
enorme peligro acechaba a la princesa a causa de una planta llamada Cannabis sativa.
El rey prohibió la entrada en palacio de esta planta, pero una Talía
adolescente que merodeaba por el bosque sintió la tentación de hilar con
una rueca, con tan mala fortuna que una diminuta astilla de cáñamo se
clavó bajo su uña y cayó al suelo, muerta. Su padre, que mira que se lo
había avisao, desesperado, hizo lo único que un amante padre puede hacer
en esas circunstancias: la hizo vestir con sus mejores galas, la hizo
yacer en un lecho de terciopelo rojo recamado en oro, selló la puerta
del palacio y se fue para siempre abandonándola a su suerte.
Años después pasó por allí un joven rey que iba de
cacería. Su halcón entró en el palacio por una ventana y el rey le
siguió, recorriendo las estancias desiertas y polvorientas hasta llegar a
la cámara de Talía. Sus cabellos perfumados se derramaban sobre el
terciopelo rojo hasta el suelo. No pudo resistir la visión de tanta
belleza y, empujado por una oscura fuerza, la violó y después huyó a
toda prisa lejos de allí.
Nueve meses más tarde, una Talía dormida dio a
luz a dos gemelos, el niño Sol y la niña Luna, que se arrastraron hasta
sus pechos para no morir de inanición. Un día, Sol chupó el dedo de su
madre con tanta fuerza que extrajo la brizna de cáñamo de su piel y
Talía despertó. No veas la sorpresa que debía llevarse, dormirse virgen y
despertar desvirgada y madre de gemelos.
Mientras tanto, el joven rey no podía olvidarla,
así que volvió al palacio y, qué mala suerte, la encontró despierta.
Talía le presentó a sus hijos, que ya me dirás cómo sabía que eran de
él, y el rey decidió quedarse, hasta que de repente recordó que le había
dicho a su esposa la reina que iba a por tabaco y que de eso ya hacía
como dos semanas o así. Abandonó a Talía sin ningún miramiento y, con un
par de cartones (de Winston) volvió al lecho de su reina, que
escuchándole hablar en sueños se enteró de toda la historia. Aquél mismo
amanecer la reina hizo prender a Sol y a Luna y se los entregó al
cocinero para que les degollara, les cocinara y se los sirviera al rey
con patatitas.
Solo cuando el rey ya estaba rebañando el plato, la reina
le reveló que acababa de devorar a su carne y a su sangre. La cena no
le sentó muy bien.
Pero la malvada reina, no contenta con eso, ordenó
prender a Talía y la condenó a la hoguera por bruja, pues había
hechizado a su esposo. En su infinita maldad, se acercó a las llamas
para ver más de cerca la muerte de la princesa, momento que el buen rey
aprovechó para, de un empujón, lanzarla a ella a las llamas. Y así, por
fin, Talía fue libre de desposarse legítimamente con su violador. Y
fueron felices y comieron perdices.
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